Hubo un tiempo en que el río bajaba con aguas cristalinas, alegres, ruidosas, cantarinas.
Daba vida a sus márgenes de color verde, cargadas de lirios y peonias.
No había tiempo, el río era eterno.
Revoloteaba por él y sus verdes márgenes una libélula con su vuelo
nervioso, rápido e inquieto, ávida de vivir y no perder un segundo de su
vida, quizá porque las libélulas solo viven un día.
Un
día, de improviso, sin avisar, sin esperarlo, el río dejó de bajar sus
aguas cristalinas, risueñas, alegres, ruidosas …sus márgenes de verde
vida se tornaron marrones de muerte.
La libélula efímera se fue a revolotear a otras márgenes a otro río que la hiciera soñar la ilusión de vivir para sentirse viva.
Y el río solo revive en la nostalgia de los recuerdos de tiempos en que fue eterno
Así lo efímero vive y lo eterno muere.
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